miércoles, 4 de febrero de 2015

Sociedades de plastilina.

Y me desperté con sensaciones anodinas y un hervor en el cuerpo que me hizo saltar de la cama de un tirón. Asomándome a la ventana comprendí lo que me atemorizaba. Cerré mis ojos, anegados en frías lágrimas escarchadas, y marchitadas por un pasado reverberante cuya grandilocuencia chocaba con el paisaje que distribuía mi retina al resto de mi cerebro atormentado.

Desnudo, decidí tocar el piano durante largo rato, varias horas seguidas. Las notas salían vacuas, tristes, insípidas. Su sabor sinestésico se había perdido en aquellos años de maravilla intelectual y económica. Estoy  tan lejos de mi hogar, me dije a mí mismo.

Los vecinos bajaron molestos, ya que el ruido que hacían mis teclas en sus despellejados tímpanos hundidos de metralla artificial, los hacían perder el control. Los pobres habían escuchado tantas sandeces y mentiras de casi todo el mundo que la desconfianza y la sordera reinaban en la ciudad. Además era la hora del programa especial de la nueva cadena estrella, el BERRINCHE DELUXE. Ese era el único momento del día en que uno podía descansar tranquilo, cesaban hasta los misiles de un ejército, muy poco numeroso ya, de Cascos Azules que habían venido a “ayudar”. En cambio, yo solo veía edificios derruidos, calles empañadas de sangre roja y carteles de humo y, cómo no, negocios en ruinas.

Las protestas ya casi ni se sucedían, por lo que no hacía falta fuerzas externas venidas de algún otro país. Yo no me lo quise creer cuando me lo dijo mi vecino del tercero, pero era cierto. Al parecer la comunidad internacional se había olvidado de nosotros. No se hablaba en la televisión de que había atentados día sí y otro también.

Entonces pensé en África. Antes solía ver por la caja tonta la pobreza de aquel continente, su gente, la desolación en la cara de sus habitantes. El llamado Tercer Mundo. Me observé en el espejo. ¡Voilà! tenía la misma cara que aquellas personas. Una sensación de resentimiento reprimido con mezclas de asquerosa rabia derramada brotó por mi cuerpo hasta tal punto que me golpeé la cabeza con aquel cristal. Acabó roto en mil pedazos.

Miré de nuevo por la ventana y miré los rostros de los pocos que quedaban sin ver la televisión. Miradas perdidas, rostros desencajados, desnutrición por falta de hambre en todos los sentidos. Las ganas de luchar se habían perdido porque habíamos perdido unas tres mil batallas en menos de veinte años. Pero no había ningún muerto real, o eso decían las autoridades. Sin embargo yo notaba la presencia de la diosa muerte entre las calles de la ciudad, en cada rincón de sus parques y plazas, en aquella colina del norte, en la deshidratada playa solitaria, cuya marea era caduca y débil, así como en todas las casas de aquella ciudad.

La vida era vida porque sobrevivíamos a cualquier vulneración de los derechos humanos. A impuestos feroces, a cobros en negro, a un gobierno democrático, ¡ay, qué de daño se le ha hecho a esta idea de mundo, de humanidad política! Y sobre todo, sobrevivíamos a una dictadura sutil, la de un mercado que nos aplastaba. Volví a pensar en África y sonreí irónico al recordar las palabras de plastilina que utilizaban nuestros políticos para decirnos que no acabaríamos como ellos.
Antes pensaba en las diferencias y las enumeraba. Ahora no encontraba nada que nos separara de ellos. Dicen que la humanidad comienza cuando nos volvemos humanos. Cuando el dinero pierde su valor y aquellos que veíamos con indiferencia se tornan iguales. Como un equilibrio de balanzas. Observé el cielo, estaba gris húmedo. Va a llover, me dije. Se avecinaba otra lluvia ácida. Esta venía malhumorada, normal, algún día el mundo tendría que devolvernos lo que le hemos hecho a lo largo de los años.

Bajé hacia la calle y recogí a varios de los miles de indigentes que poblaban el centro y me los llevé a mi pequeño piso. Algunos llevaban varios días sin probar bocado y parecían sedientos. Les di algo de lo que tenía, y me serví lo poco que me sobraba en la nevera. No tenía amigos, y casi ni familia. Los primeros habían emigrado hacían unos años a otros países. Alguno todavía me llama una vez cada treinta años. Los pocos familiares que no murieron consiguieron escapar del país antes de que no hubiera ni para siquiera coger un billete de avión. Pero yo me quedé aquí, en mi pequeño continente de 40 millones de habitantes. Quería morir con las botas puestas en mi cuidad y no pensaba que fuera fácil adaptarme fuera de aquí. Fui cobarde, ya que de todas formas ahora me estoy adaptando a una nueva forma de “vivir”, por llamarlo de alguna manera.

Cinco desconocidos y yo nos quedamos allí toda la noche, sin mirarnos, sin hablarnos, sin articular una sola palabra. Solo contemplando las gotas de lluvia que resbalaban bajo las paredes desgajadas de lo que antes era una ciudad, de lo que antes era una vida, de lo que antes era un mundo habitable. De lo que antes era un primer mundo que competía con capitales y primas de riesgo. Hasta que alguien, no sé quién, dejó de interesarle nuestro estatus y pensó que sería mejor que nos pudriéramos como millones de personas lo hacían en mi propio mundo desde hace cientos de miles de años, olvidados bajo dos simples y paupérrimas palabras inhumanas: “Tercer Mundo”. 


domingo, 2 de noviembre de 2014

Segunda oportunidad

María aprendió el verbo amar el día en el que su marido la dejó. Paradójicamente aquella vida que tenía no presuponía el sentirse dichosa. Fluctuaciones anormales de “indiferenciamina” y “cuernoscitrol” fluían por sus venas con un sentir cuasi desapercibido. Encontró el antídoto, la vacuna de su regeneración. Descubrió a Jack.

Aquella mañana, adormecida entre sábanas cubiertas de polvoriento deseo y suculentas entrañas desnudas descubriste el amor. Así tal cual. Como cuando Colón pisara aquella India calurosa y caribeña.

Vientos paradisíacos corrían por un ventanal al descubierto. María asomó más de la mitad de su cuerpo por la abertura de tu habitación y sintió la brisa del frenesí. Los tonos grises triviales de antaño se habían convertido en fragancia perfumada de plenitud abundante. Radiante.

Aquel sol ya no era el mismo, como no lo eran las aves que cruzaban en cálido vuelo la plaza del centro del pueblo. La torre de la iglesia repicaba para la misa del domingo mientras María se abrochaba el último botón de su descamisada camisa blanca. Impoluta.

Dicen que el blanco es el color de la paz, de la serenidad. Sentimientos caducos en María hacía tiempo atrás. Su marido le había dibujado su existencia como un cuadro gris, marchito de esperanza. De escapatoria.

Pero voló como una paloma viajera. Al principio sin rumbo fijo para acabar finalmente en un pequeño pueblecito al sur de Reino Unido. No diré el nombre de aquel remoto lugar, lo dejaré en la tenaz imaginación del lector intrépido, ávido de aventuras. Además, ella preferiría  permanecer en el anonimato.

Tumbada en la arena de las frías playas del atlántico, María repasaba en un libro todas sus vivencias marchitas. Su cuerpo todavía aguantaba las embestidas del destino aunque su alma desarraigada todavía no la dejara conciliar algunas noches un sueño plácido. Pero ahí estaba Jack como confidente, amante y amigo para darle todo aquel cariño y amor que le habían negado en casi un cuarto de siglo.

En uno de los paseos al filo del anochecer desde la playa hacia su pequeña casita (situada al borde de una colina y cercada por una muralla del siglo XV) María decidió contarle entonces la verdad. Jack la miró estupefacto durante varios instantes y no supo que hacer o qué decir. Su mirada era de desconfianza, miedo y extrañeza.

Ante el arrebato de abandonarla a su suerte, y perder de nuevo una nueva oportunidad que le regalaba la existencia, admitió llorosa los motivos que la habían empujado hacia esta nueva vida.

“¡Como quieres que te crea!”-  le susurró Jack en un inglés ya castellanizado.

María subió el rellano de su apartamento y corrió en busca de unos documentos que localizó en la maleta que llevaba consigo el día de su partida. Bajó de nuevo corriendo y le entregó aquel documento a Jack. Comenzaba a llover y Jack miró estupefacto unas imágenes que lo hicieron retorcerse y sollozar lágrimas de lluvia. Como aquella que caía fina desde las suaves nubes negras en aquel exótico pueblo.

“Lo siento, cariño”- respondió finalmente Jack

Al decir esto decidió romper aquellas fotografías y dejar que se deshicieran ante la llovizna abundante que limpiaría las vergüenzas de un pasado atroz. Ya nadie las volvería a ver. Se incorporaron de nuevo bajo el rellano y subieron abrazados hacia la parte superior de la casa, cerrando de un portazo.

Atrás quedarían ya aquellas magulladuras y palizas recibidas del ya exmarido de María reflejadas en imágenes de tortura y esperpento. Sus golpes ya no terminarían en su cuerpo, su voz áspera y fría ya no volvería a resonar en sus debilitados oídos. Había ganado la batalla. Aquellas noches de violencia carnal se habían convertido en sabias caricias de igual a igual.

Todo lo que había conquistado desde aquel fatídico día era una visión ensoñadora del edén. Aquel infierno terminó para ella el día en que decidió dejar aquella copa de vino en la mesita del salón, junto a la sopa.

Aquella copa le había devuelto la vida, la esperanza, la sensatez, las pesadillas y hasta el sentido común. Aquella copa le había regalado una segunda oportunidad que había decidido no desaprovechar.





lunes, 1 de septiembre de 2014

Los kilómetros del miedo

Acabas de salir hacia las playas de Cádiz o hacia Sevilla y ya estás asustado, nervioso y apabullado. Lo has preparado todo pero tienes un nudo en la garganta que no te deja casi ni respirar. Esa sensación extraña te recorre durante todo el trayecto ¿qué me pasa? Ni tú mismo sabrías explicar esa sensación. De repente, ves aparecer a tu izquierda un automóvil que intenta adelantarte cuando te das cuenta de que a pocos metros viene otro de frente, en el carril contrario, que teme engullir el adelantamiento. Ya sabes cual es el motivo de tu alborozamiento. Te das cuenta que has entrado en la "Nacional Cuarta".

Más de cien muertos en una década delatan a esta carretera sinuosa como una de las más peligrosas y transitadas de todo el territorio nacional. Su antiguo recorrido (Madrid-Cádiz) fue reemplazado por una autopista de peaje propiedad de la empresa Abertis (cuyo presidente es Florentino Pérez, sí, el del Real Madrid) dejando como despojo una vía lenta (apta para vehículos pesados como camiones y autobuses) y en mal estado que copa el trayecto Dos Hermanas-Jerez de la Frontera, como única alternativa gratuita.

Pero lo barato acaba saliendo caro, y eso lo sabemos los habitantes del Bajo Guadalquivir, entre los que yo me incluyo. Nos jugamos cada día literalmente la vida cuando salimos a la N-IV para ir a nuestros trabajos, para estudiar o simplemente para dar un paseo por la capital andaluza. Entre ida y venida pensamos en cada amigo o familiar que ha fallecido en esta carretera maldita. Kilómetro a kilómetro es un mundo, un universo paralelo. Unos recuerdos. Muchas familias destrozadas.

Los habitantes del Bajo Guadalquivir no nos merecemos esto. Queremos que de una vez por todas se arregle una situación muy preocupante, ahí están los datos, que no tiene atisbos de solucionarse ni a corto ni a largo plazo. Si el desdoblamiento de la carretera parecía utópico, ya que se libere el peaje es una pura quimera. Más de 7 euros el trayecto Sevilla-Cádiz o casi euro y medio para ir a Sevilla en carreteras privatizadas es un verdadero abuso para una vía que ya hemos pagado con impuestos durante muchos años.

Quién sabe si mañana o pasado puede haber otro accidente, otra víctima. Los ciudadanos debemos enervarnos y levantarnos uniendo alcaldías e ideologías (sin campañas políticas de por medio) para evitar que esta carretera del infierno se cobre nuevas víctimas. Y para que esta vía rebosante de lágrimas no siga empapando el discurrir de los vecinos del Bajo Guadalquivir.

¡¡ BASTA YA !!



jueves, 21 de agosto de 2014

Bocanadas de plenitud

Disfrutar, desistir de lo convencional, de lo tradicional ¿Quién dijo que la vida estaba hecha como un puzzle perfecto? ¿O que las piezas no podían estar desordenadas?

Sentado frente a la brisa del mar, sonrío, disfruto, respiro profundamente. Miro a mi alrededor y pienso en la inmensidad, en la eternidad. Lo eterno es efímero, es una fugaz brisa que pasa, pero que te impregna de magia durante dos segundos. Esos instantes comprenden una vida.

A mi lado, el verso del poeta. Las ciencias y las letras. El ying y el yang. Las palabras del capítulo inicial de mi libro se abren en espiral y junto a mi reposas llena de vida. Llena de instantes. De piezas de puzzles.

Es fácil construir algo cuando se tienen los cimientos. Dejémonos llevas por las inmediaciones de lo carnal y no suframos en demasía por lo terrenal. Aquello del Carpe Diem tenía su lógica. Ya me dije a mí mismo que no iba a desistir en la búsqueda de no buscar nada. De la filosofía de que todo llega, para bien o para mal. Los parabienes los tengo guardados en un cajoncito de sastre que saco a pasear cuando aquellos "paramales" me atormentan de vez en cuando.

Y sigo frente a la orilla de esta playa, una de tantas, sí, pero hoy es especial. Sentado al lado de la chica de mis sueños, me siento aturdido y perplejo por lo que sucede alrededor. Por la vida que reposa, que rebosa en un mar que se deshace mientras sus olas rompen en una orilla desgastada pero acostumbrada a ver los mejores atardeceres de la historia.




sábado, 19 de julio de 2014

La gran mentira de la música actual

Hace unos días, un programa de televisión de Telecinco Mediaset emitió una especie de documental (ya era hora de que echaran uno) desmontando a Kiko Rivera y su fenómeno musical. El hijo de "La Pantoja" cantaba en el estudio como un grillo mojado pero tras varias sesiones de retoques, en este caso en particular serían muchas, voilá, el resultado es impresionante. Ya tenemos canción del verano.


Todavía hay gente sorprendida por este hecho. Y no entiendo el motivo de esta incesante preocupación la verdad. Los tiempos en que cualquiera, y digo cualquiera, puede ser cantante de éxito hace tiempo que llegaron y os voy a remitir varios ejemplos. Algunos serán inimaginables para vosotros. Por suerte, existe un directo que es capaz de desmontar toda esa parafernalia creada en un estudio de grabación y sacar a la luz a los "cantantes" de medio pelo.


Antes, con los estudios que había era imposible engañar a la audiencia, pero ahora vas a un concierto y dices, joder ¿quién demonios es el que está cantando? Podrías ser tú, y no se notaría la diferencia, os lo prometo. Incluso hay deportistas de élite que han cantado para anuncios. Y que lo hacen muy mal por cierto, pero no se ganan la vida con ello y por eso no los voy a meter en la criba.


Hace tiempo que se terminó el culto a la buena música y a las canciones de verdad. Con letra y a lo loco. No elaboradas en una tarde. Ahora casi todo es "Requesón", buen queso sí señor, o singles de verano o música disco. Solo con dar un repaso a las diferentes emisoras de la radio te darás cuenta de que existen miles de Máximas FM. Yo ya ni las distingo.


Un productor musical es lo peor que te puedes encontrar en tu camino. Lo mismo que te hace parecer hasta buen cantante, también puede vestirte a su antojo y ponerte mechitas al estilo Bieber. Si os lo cruzáis por la calle una advertencia, salid corriendo.


Junto a Kiko, aquí os dejo una selección de lo mejor del remasterizado. Ojalá algún día se unan por una buena causa y nos deleiten con un concierto en riguroso directo.


JUAN MAGAN



Mi compadre Juan Magan es uno de mis preferidos. Con singles brutales, de lírica y léxico aplastante como "Ayer la vi", "María, María" o la canción de Tadeo que ya ni me acuerdo de como se llamaba, este personaje del mundo musical se atreve a cantar en directo en una gala de los 40 Principales ante miles de personas. Hay gente que no tienen complejos y yo que me alegro por él, aunque no por los pobres que tuvieron que escuchar sus gallos. Más de la mitad de la canción la cantan los espectadores, y la otra mitad, bueno, simplemente pega un par de berridos casi ininteligibles y se pone a correr por todo el escenario. Fíjense en que yo lo veo más como atleta que como cantante.


HENRY MENDEZ



A este le tengo aprecio, porque he de reconocer que alguna que otra vez he bailado canciones suyas en la disco, pero qué le vamos a hacer Henry. Si no fuera por la base musical de sus "canciones" y su ritmo podría estar perfectamente en una sala nocturna como portero, pero nunca como cantante. Lo comprobamos en el acústico de Neox. Con tan solo una orquesta y su propia voz, nos damos cuenta de que ni siquiera puede hacer los altos, se los tiene que hacer una chica que realmente es la que lleva el peso de la canción. Podríamos decir que ella hace de Fernando Caro y Henry Méndez de Sergio Contreras. Le salvó la actuación pero no evitó las críticas de mucha gente. Desde entonces ya no suele cantar tanto en directo en un plató de televisión.


PAULINA RUBIO



La diva, el volcán mexicano. Pues todo lo que tiene de potencia le falta de calidad vocal. Sus gallos son impresionantes y sus gritos en un escenario son similares a los de las víctimas de las películas de la saga Saw. Encima parece que "canta" poseída. Nada más que añadir tras ver el vídeo.



CARLOS BAUTE



Con este he de decir que me he arriesgado. Me he jugado el divorcio. A mi novia le fascina y ahora voy yo y lo pongo en entredicho. Pero es que vi este directo y no me quedó otro remedio. La música va por un lado y él va por donde le lleva esa voz tan sensual y afinada que tiene. Los gallos le salen sin remedio y cuando se da cuenta de que ya ha dado todo lo peor que tiene y que está a un paso de ahogarse en el esfuerzo de quién no sabe respirar para cantar le pone el micro a los espectadores. El viejo truco. Y las chicas les siguen gritando. A ellas les importa una leche como cante el venezolano, lo importante para ellas son sus párpados, su boca y el resto de su cuerpo. Y como es lógico en estos personajes musicales remasterizados, lo aprovecha para ocultar carencias.


Por eso os pido que no crucifiquéis más al pobre chaval. Que como Kiko Rivera hay muchos, aunque solo os he mostrado unos cuantos, ya que sino estaríamos aquí hasta el año que viene. Si alguno de ustedes detecta más impostores de la música, que lo comparta. Lo agradeceremos todos.


A aquellos colaboradores del programa en el que emitieron el documental como Kiko Hernández, Raquel Bollo etcétera que se hartaron de reir y de criticar a Kiko Rivera, al cual no defiendo en absoluto por no saber cantar, solo decirles que ellos también están usurpando la profesión de otros. Que ellos si que no tienen ni idea de hacer periodismo. Y que se están cargando esta preciosa profesión con malas prácticas.


Pero bueno, no quiero irritarme con tanto personajillo y por eso para terminar os dejo un último consejo para todos aquellos futuros cantantes en la ducha que quieran triunfar en este mundillo a veces esperpéntico. Si Jesulín de Ubrique sacó un single, vosotros también podéis amigos.

lunes, 7 de octubre de 2013

Historias anónimas. El escritor.

Alberto se despertó sobresaltado entre hojas de papel arrugadas y desordenadas, en el laberinto de una mesa camilla. Una vela consumida y un haz de luz denotaban que el alba había llegado a su oscura y lóbrega habitación. La noche había sido larga. Miró un pequeño reloj colocado al borde su mesa, llena de garabatos ilegibles, y las agujas marcaban en ese momento las 7 y 20 de la mañana.

- Vaya nochecita. Se dijo mientras se levantaba y observaba su rostro demacrado en un espejo de pared, sucio y descolgado.

Cogió un bolígrafo y anotó algo en uno de los cuadernos que reposaban en la mesa desordenada. Las ideas permanecían en el limbo de sus pensamientos y había estado toda la noche divagando historias de heroínas de leyenda y villanos sin escrúpulos. No estoy nada inspirado-se dijo.

Volvió a levantarse y encendió el contestador automático que llevaba apagado desde el día anterior por la tarde. Una luz y varios pitidos hacían indicar que tenía varios mensajes pendientes.

- Alberto, soy tu editor. Me gustaría saber cuándo tendrás lista la obra, es para decirles a los de publicidad y marketing que vayan preparando portada y un anuncio publicitario. Venga tío ¿ya te quedaba poco no?. No me falles, espero contestación esta semana.

Si supiera un buen final para el libro te la hubiera dado ya. Susurró Alberto absorto y bostezando frente al contestador.

Un nuevo pitido salió del contestador y una voz femenina y áspera apareció en la sala.

- Alberto, ¿Dónde te metes?. Llevo días sin saber de ti y estoy muy preocupada, te he llamado, me he llegado a todos los lugares posibles y no quieres saber nada de mi.

Bien, que sigan las buenas noticias. Dijo con sarcasmo y cierto halo tristón Alberto, que parecía haber perdido diez años de su estética natural. Sus ojos aparecían surcados por ojeras de un tamaño nada despreciable y sus pelo parecía graso y asomaba canas. La barba ya era muy espesa y lo dotaba de una madurez que nunca había conocido.

¿Qué final le doy a esta historia? Su personaje principal, Moisés Hurtado , estaba metido en una encrucijada moral y del destino, tenía que elegir entre vivir para compensar el daño que había hecho a una mujer o liberar su consciencia y morir con dignidad.

Miró sus manos y observó su anillo de compromiso, tallado en plata de ley, en el que brillaba una inscripción: (Alberto y Eva 18-04-1990). Se quedó mirándolo un rato y observó que todo había cambiado desde esa fecha. Cuánto la había querido, pero ahora era todo tan diferente. Las lágrimas derramaron por sus mejillas y acabó tirado en el mismo sillón duro que lo había visto perecer durante días.

Tras largas horas de angustia, se secó las lágrimas e intentó salir a la calle, aquella que no había pisado desde que se propuso darle un final a su libro. Cogió su americana y adivinó en su bolsillo una pistola negra que había comprado hace dos días en el contrabando. La sacó del bolsillo y la colocó sobre sus papeles. Volvió y cerró la puerta rumbo a las calles de una Sevilla fría y nublada en uno de esos días de Navidad.

Cruzó por la Catedral y se enfundó su americana, al tiempo que veía como en las calles cada vez eran más las personas que pedían arrodilladas un poco de limosna. Entre ellas encontró a un niño, que tiritaba muerto de frío mientras pedía dinero. Le dijo que si quería algo de comer y  se lo llevó a un bar cercano a la Plaza San Francisco. Allí le pidió comida al chico y algo también para él, que no había comido bien en días. Observó que más de la mitad de los negocios habían cerrado en meses. Maldita crisis, va a acabar con este país- dijo para sí. 

La mirada triste de aquel niño le sacaba lo mejor de él. Las penas no parecían ni eso para lo que reflejaba la mirada de ese joven.

Cuando terminaron de cenar, salieron de nuevo a la calle.

- ¿Tienes padres, chico?. Le dijo Alberto
- Sí, están allí sentados. Y señaló a una pareja sentada en uno de los bancos de Plaza Nueva. Dijo el niño, bastante cortado e introvertido.

Se fijó en la pareja y observó que pasaban hambre de verdad. Llevaban una especie de papel albal donde llevaban sobras de bares, de lo que la gente dejaba en sus comidas de empresa navideñas.

- Ah bueno, pues mira vamos a hacer una cosa. Toma este dinero.- Le entregó varios billetes en la mano. Y llévaselo a tus padres.

El niño le sonrió y se marchó temblando de nuevo por el frío nocturno. Alberto observó que tan sólo llevaba una manga y un pantalón agujereado.

- Chico. - lo llamó de nuevo. Ven un momento.

El niño se acercó tímidamente a él, como temeroso.

- Toma ponte mi americana, así no pasarás frío. -Se la colocó por los hombros y el niño lo abrazó como si lo conociera de toda la vida.

El chico se alejó y Alberto contempló la escena con sus padres con gozo. Aquella familia tendría para comer aunque fuera esa noche. Total, a él, si algo le sobraba en esta vida era el dinero. Vio como una familia fue feliz por Navidad.

Alberto volvió a su apartamento muerto de frío y sin una estufa en esa maldita habitación que olía a ciénaga. Miró hacia sus apuntes y vio de nuevo la pistola. Qué final escoger.

Había tocado fondo hace tiempo, pero a Moisés Hurtado le podría dar una nueva oportunidad. Se la merecía, o eso pensaba él. Sin embargo, nada era como antes. 

El contestador volvió a emitir de nuevo un pitido que hizo volver en sí a Alberto. La misma voz femenina volvía a resonar por su habitación.

- Alberto, sé que me quieres. No vuelvas a torturarte más. No mires al pasado...

Alberto contuvo las lágrimas como bien pudo.

- Ella desgraciadamente no volverá. No quiero que hagas una locura, sé que la echas de menos y que no ha pasado mucho tiempo, pero tienes que volver a vivir. Ése libro te está matando. Las cosas son diferentes en la vida real. Aquí no hay malos y buenos a secas, esto no es tan simple. En la vida no todo es negro o blanco. No le estás haciendo nada malo a tu mujer Alberto. Tienes que darle un final feliz a tu historia, no puedes dejarte vencer. Y sé que me quieres.

Alberto rompió a llorar desconsolado sobre sus folios, emborronando su tinta con el fluir de las lágrimas.

Se levantó del asiento y como buenamente pudo cogió los folios y su pistola. En ellos había escrito su vida, básicamente. Aquel libro le estaba desgranando todo lo malo que había vivido. Moisés Hurtado había errado, sí, pero con esta nueva mujer a la que quería. Ella había hecho posible una segunda oportunidad en su vida y la había cagado sobremanera. Sin familia y con una esposa que había fallecido ella era lo único que le importaba en esta vida, y lo estaba perdiendo por morir entre folios y con una pistola que coqueteaba con darle un final triste a esta historia.

Pero no será así.

Observó por la ventana un paisaje gris de la Sevilla invernal. Desde sus encantadoras vistas de quinto piso pudo descubrir siluetas que mendigaban y personas que luchaban día a día por sobrevivir. Él debía hacer lo mismo. Abrió el cargador de la pistola, descargó sus balas en una papelera cercana y la tiró por la ventana cuando no había nadie debajo. Sintió como el arma crujía al tocar su base con el suelo y cerró la ventana suavemente.

Cogió sus folios y los arrugó tirándolos todos a la papelera, que estaba rebosante. Abrió uno de los cajones de su cómoda y buscó su móvil, que encontró apagado. Marcó el número de su editor y esperó varios segundos para la contestación.

- Alberto que alegría, ¿has terminado la obra?
- Pues la verdad es que no la he empezado.
- ¿Cómo?
- Eso, lo que oyes, que no la he empezado ni la voy a escribir. Voy a dejar la escritura por un tiempo, necesito unas vacaciones con Alicia.
- Pero bueno, ¿Cómo me vas a hacer esto Alberto?, me estás dejando colgado. Si estábamos aquí ya debatiendo sobre la fecha e iba a llamarte ahora para preguntarte el título. 
- ¿Sí? Pues mira tengo un título que creo que os puede interesar. Dígale a tu editorial que mi novela se titulará "Continuará".

Colgó a su editor y observó en el móvil quince llamadas perdidas de Alicia. La extrañaba. Cogió su cartera y salió dando un portazo a esa caverna de miserias para adentrarse en las frías calles de Sevilla... donde lo esperaba el segundo amor de su vida.


lunes, 30 de septiembre de 2013

Historias anónimas. Heroína.

La chica más guapa del barrio. Así la definían sus compañeros de clase. Rubia, ojos verdes, inteligente y segura de sí misma eran los adjetivos que le seguían en su descripción. Beatriz siempre pecaba de amor propio y de un orgullo que le haría llegar lejos en la vida. O eso pensaba su familia.

Javi siempre la quiso, desde que era niña. Era una especie de amor platónico. Tenían la misma edad y habían pasado todas las promociones de primaria y acababan de aterrizar en el instituto. Morenito, ojos claros, era un chico normal, eso sí, inteligente como ella.

Los años del instituto pasaban y ella se iba enamorando y desenamorando tan fácil que a Javier hasta le costaba asimilar el daño. Había perdido la fe en ella. No era cobarde, o tal vez sí.

- Bea. ¿Te llevo a casa?. Dijo Javi con su pequeña moto justo en la salida del instituto.

- No, gracias Javi. Estoy esperando a Roberto, un chico que acabo de conocer. A ver si te lo presento. ¿Vienes mañana a mi casa?

- Claro.

No se desenganchaba de ella, era su droga preferida y la única en su vida. Pasaba los días con ellas y la sentía tan cerca y tan lejos que cuando llegaba a casa se sentía inútil, desabrido. Soy un pagafantas, se solía decir.

¿Porque le gustan todos los capullos del mundo menos yo?

- Eres mi mejor amigo Javi, lo sabes ¿verdad?.

Su cuarto no era desconocido para él. Iba al menos dos veces por semana. Sus muñecas, sus peluches y esa cama que tan nervioso ponía a Javier eran los adornos que poseía. 

-  Sí, lo sé Bea. Sabes una cosa...Dijo Javi mientra intentaba posar su  mano en la suya, no se atrevió finalmente. 
- Dime, Javi
- No, nada. Me fijaba en lo bonito que es ese peluche. Dijo señalando a un pequeño oso, con un pequeño corazón enmedio en el que se podía leer "Love"
- Sí, me lo ha regalado Cristian, el vecino del segundo.
- ¿y Roberto?
- Ahh, eso se acabó. Era un auténtico capullo.
- ¿Pero si Cristian tiene 22 años y tu tan solo 16?
- Sí pero es muy mono. Además tiene un BMW espectacular.

Sus amigos empezaron a tomarlo por tonto, le aconsejaban que no siguiera detrás de ella como un perro faldero, pero hizo caso omiso. Él la quería.

- Javi, ¿puedes arreglarme el portátil, es que está roto y lo necesito para mañana que tengo que entregar el trabajo de Lengua.?

- Vale, sin problemas Bea.
- Muchas gracias, guapo. 

Y beso en la mejilla de despedida.

Siempre era lo mismo. Siempre pedía y pedía y nunca daba. Cuando tenía que dejarlo tirado por alguno de sus amigos lo hacía, sin contemplaciones, sin miramientos. Total, eran amigos.

- Tío la tienes como a una diosa, como a una heroína joder. No vuelvas a su casa macho y sal con nosotros que ahora salimos con cuatro chicas muy guapas. Venga vente.
- No, hoy me quedo en casa.
- Joder tio, esa tia te está haciendo daño.

Mañana me declaro, se dijo para sí. No podía aguantar más.

Llegó a su puerta aquella tarde y esperó impaciente pensando la forma en la que decirle que le gustaba y que quería estar con ella.

Nadie habría y sintió ruido dentro de la casa. El ruido fue incrementando hasta ser audible. Eran gritos que provenían desde dentro de la casa. Llamó más fuerte a la puerta y entonces abrió Bea.

- Ahh. Hola Javi. ¿Qué quieres?
- Quería hablar contigo. Tienes un momento.
- Es que ahora mismo no es buena idea. Dijo mientras se recogía el pelo.
- Bea, ¿qué tienes en el cuello?
- Ahh, esto...dijo en tono nervioso. Esto es un pequeño moratón que me he hecho al caerme de la cama.
- ¿Te ha hecho daño Cristian? Inquirió Javier.
- Ya te he dicho que ha sido un golpe con la cama, no le des más vueltas Javier. Además ¿a ti que te importa?
- No sé, pensaba que éramos amigos.
- Y lo somos, pero no me gusta que me trates como a una niña.
- Mira Bea, yo ya no puedo aguantar más esta situación. Vengo a decirte que te quiero con locura desde el primer día que te vi y que no puedo seguir siendo tu amigo. No sé que me dirás pero yo no podía aguantar más sin decírtelo.
- Lo siento Javi pero yo te quiero como amigo. Sólo eso.
- Pues vale, ya está, fin de la historia.
- Bea, entra coño que me has dejado a medias. Dijo una voz ronca de hombre que provenía desde dentro de la casa. Era Cristian.
- Bueno te dejo Javi. Que te vaya bien.
- Gracias, espero que a ti también.

No volvieron a quedar y tan solo se veían en clase. Las notas de Bea parecían empeorar y al cabo de los meses Javier se enteró que se había quitado del instituto y que supuestamente estaba embarazada. Nunca más volvió a su piso.

Justo veinte años después, Javier paseaba con su mujer y sus tres hijos por ese barrio, que había dejado atrás hacía unos años para trabajar de Ingeniero en una prestigiosa empresa alemana. La vida le había tratado bien, le había dado tres hijos hermosos y una mujer alemana que lo quería con locura. Torció una esquina y se encontró a una persona que le resultaba familiar. Bea.

Sentada en un banco, con aspecto sombrío y aire melancólico, yacía Bea fumándose algo que parecía ser droga. Sola, daba un aspecto deprimente. Javi se alejó un momento de su familia y se acercó un momento hasta ella.

- ¿Bea?
- ¿Te conozco?
- ¿No sabes quién soy?
-  Pues no sé, como no seas mi nuevo camello... ni idea. Si no lo eres déjame en paz no tengo tiempo para tonterías.
- ¿Qué fumas?
- Heroína. ¿Quieres un poco?
- No gracias, hace tiempo que dejé de creer en ellas....




La semana que viene tendremos el cuarto y último relato de esta serie de 4. Si tengo tiempo para seguir escribiendo, publicaré otra serie de 4 más adelante. El último de esta primera temporada se titula " EL ESCRITOR". No se lo pierdan.