domingo, 2 de noviembre de 2014

Segunda oportunidad

María aprendió el verbo amar el día en el que su marido la dejó. Paradójicamente aquella vida que tenía no presuponía el sentirse dichosa. Fluctuaciones anormales de “indiferenciamina” y “cuernoscitrol” fluían por sus venas con un sentir cuasi desapercibido. Encontró el antídoto, la vacuna de su regeneración. Descubrió a Jack.

Aquella mañana, adormecida entre sábanas cubiertas de polvoriento deseo y suculentas entrañas desnudas descubriste el amor. Así tal cual. Como cuando Colón pisara aquella India calurosa y caribeña.

Vientos paradisíacos corrían por un ventanal al descubierto. María asomó más de la mitad de su cuerpo por la abertura de tu habitación y sintió la brisa del frenesí. Los tonos grises triviales de antaño se habían convertido en fragancia perfumada de plenitud abundante. Radiante.

Aquel sol ya no era el mismo, como no lo eran las aves que cruzaban en cálido vuelo la plaza del centro del pueblo. La torre de la iglesia repicaba para la misa del domingo mientras María se abrochaba el último botón de su descamisada camisa blanca. Impoluta.

Dicen que el blanco es el color de la paz, de la serenidad. Sentimientos caducos en María hacía tiempo atrás. Su marido le había dibujado su existencia como un cuadro gris, marchito de esperanza. De escapatoria.

Pero voló como una paloma viajera. Al principio sin rumbo fijo para acabar finalmente en un pequeño pueblecito al sur de Reino Unido. No diré el nombre de aquel remoto lugar, lo dejaré en la tenaz imaginación del lector intrépido, ávido de aventuras. Además, ella preferiría  permanecer en el anonimato.

Tumbada en la arena de las frías playas del atlántico, María repasaba en un libro todas sus vivencias marchitas. Su cuerpo todavía aguantaba las embestidas del destino aunque su alma desarraigada todavía no la dejara conciliar algunas noches un sueño plácido. Pero ahí estaba Jack como confidente, amante y amigo para darle todo aquel cariño y amor que le habían negado en casi un cuarto de siglo.

En uno de los paseos al filo del anochecer desde la playa hacia su pequeña casita (situada al borde de una colina y cercada por una muralla del siglo XV) María decidió contarle entonces la verdad. Jack la miró estupefacto durante varios instantes y no supo que hacer o qué decir. Su mirada era de desconfianza, miedo y extrañeza.

Ante el arrebato de abandonarla a su suerte, y perder de nuevo una nueva oportunidad que le regalaba la existencia, admitió llorosa los motivos que la habían empujado hacia esta nueva vida.

“¡Como quieres que te crea!”-  le susurró Jack en un inglés ya castellanizado.

María subió el rellano de su apartamento y corrió en busca de unos documentos que localizó en la maleta que llevaba consigo el día de su partida. Bajó de nuevo corriendo y le entregó aquel documento a Jack. Comenzaba a llover y Jack miró estupefacto unas imágenes que lo hicieron retorcerse y sollozar lágrimas de lluvia. Como aquella que caía fina desde las suaves nubes negras en aquel exótico pueblo.

“Lo siento, cariño”- respondió finalmente Jack

Al decir esto decidió romper aquellas fotografías y dejar que se deshicieran ante la llovizna abundante que limpiaría las vergüenzas de un pasado atroz. Ya nadie las volvería a ver. Se incorporaron de nuevo bajo el rellano y subieron abrazados hacia la parte superior de la casa, cerrando de un portazo.

Atrás quedarían ya aquellas magulladuras y palizas recibidas del ya exmarido de María reflejadas en imágenes de tortura y esperpento. Sus golpes ya no terminarían en su cuerpo, su voz áspera y fría ya no volvería a resonar en sus debilitados oídos. Había ganado la batalla. Aquellas noches de violencia carnal se habían convertido en sabias caricias de igual a igual.

Todo lo que había conquistado desde aquel fatídico día era una visión ensoñadora del edén. Aquel infierno terminó para ella el día en que decidió dejar aquella copa de vino en la mesita del salón, junto a la sopa.

Aquella copa le había devuelto la vida, la esperanza, la sensatez, las pesadillas y hasta el sentido común. Aquella copa le había regalado una segunda oportunidad que había decidido no desaprovechar.





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