Esa niña de ojos tristes y cabello moreno ondulado ya no era la misma. Las palabras se posaban como pétalos de lluvia en el jardín del agua. En su ventana se hallaba enajenada de su propia historia. Una historia que comenzaba en plena Guerra Civil. Ausente, se desvelaba y contemplaba su rostro fugitivo y arrugado que la vida había maltrecho en tupidas canas que coronaban la cima de su cabello. Ése, que tiempo atrás había hecho suspirar, tanto a soldados nacionales como republicanos. Los había puesto de acuerdo en algo.
En la campiña del Guadalquivir naciste. Te criaste entre arrozales marismeños y campos blancos, tanto por los algodonales como por el rocío mañanero. A tres horas de casa, el alba aparecía como una pintura de Boticelli entre eucaliptos prisioneros del tiempo. Miseria e incertidumbre eran los dos vocablos más usados en el camino de ida y vuelta.
"La vida era más sana antiguamente" solía decir ella a uno de sus nietos, mientras recordaba aquellas tardes jugando en un arroyo o saciando las virtudes del cuerpo. " ¿De verdad abuela?" solía responderle su nieto sin mostrar apenas entusiasmo y sin mirar su rostro porque lo tenía pegado a la pantalla de su Ipad.
Aunque con cierta envidia, ella solía sentir tristeza por esta nueva generación de niños que lo tenían todo pero que no saboreaban nada. Con lo bonito que era hablar cara a cara. Y ahora se liga hasta por una pantalla.
Las turbulencias del siglo XX la habían maltratado tanto como aquellas escopetas que resonaban el día que se llevaron a sus padres. Con tan sólo catorce primaveras había tenido que aprender a ser mujer. A lavar la ropa y faenar la casa antes de que vinieran sus hermanos del campo. Había aprendido a callar cuando un hombre hablara, así que no le fui difícil hacerlo el día que se casó con el que fue su marido, aunque este no se conformaba con dominarla solo con el arte de las palabras, también quería desahogar sus borracheras de ira con ella.
Siempre había querido estudiar medicina. Le gustaba poder ayudar a la gente y aprender a leer y a escribir. Sin embargo, su fulgor se fue apagando a medida que sus años y la vida le adormilaban ese sueño. "No sirves para nada" solía decirle su marido. Pensaría que los quehaceres diarios los realizaban los Reyes Magos.
El amor eterno de aquella época llegó a pesarle tanto como aquellas lomas de algodón que acarreaba en su infancia. El hombre de su vida se convirtió en el hombre de su infierno, siendo su único paraíso terrenal cada uno de sus cinco hijos.
Su marido se dio a la bebida y se alejo de trabajo alguno, como si no le importara aquella familia que había creado a base de tiranía y opresión. Sólo servía para reñir, a ella y a sus hijas, y algún día que otro abofetearlos sin motivo alguno.
Si no tenía bastante con limpiar las heces de sus cuatro paredes, que no se despegaban de ellas ni el día más festivo del año, ahora tenía que hacerlo en la de los señores más pudientes del pueblo que la contrataron como limpiadora de sus mansiones manchoneras.
Doble jornada en un día durante cinco años enteros. Sin vacaciones. Para que sus hijos pudieran comer un trozo de pan al día con legumbres y una olla de garbanzos los domingos. Y eso era así si no se gastaba su marido los cuartos en litros de vino en la taberna de la esquina.
Sólo tuvo algo de descanso cuando sus hijos, ya mayores, emprendieron un viaje de ida, tres de ellos, a buscarse la vida como pudieron. Uno acabó en un pueblo de Madrid, el otro en una finca en un pueblo de la Sierra Norte de Sevilla y el tercero de jornalero con un capataz del pueblo.
Quemada por la edad, el trabajo y los porrazos de su cónyuge decidió separarse de su marido, algo todavía arriesgado y complicado aunque hubiera cierto aperturismo. A sus 45 años descubrió que había un mundo por explorar y que su infierno debía acabar de una vez por todas. Pero no le salió nada bien la jugada. Tres meses después de adquirir los papeles del divorcio recibió una soberbia paliza a manos de su marido en plena plaza municipal.
Se alojó en casa de una vecina, que la atendió de maravilla, con sus dos hijas y estuvo sin salir mientras se celebrara un juicio justo. "Vaya ligerita" se escuchaba decir todavía por el pueblo. " Si se hubiera quedado en su casa con su marido no le hubiera pasado nada" cuchicheaban las chismosas del lugar.
Ella tragó saliva y esperó lo imposible. Una mañana sacó sus cosas y marchó con sus hijas a un destino que no dijo a nadie del pueblo salvo a la vecina que la acogió en su casa. Entre sollozos se despidió del lugar en el que había nacido y el único que había visto. La vida le enseñó a ser fuerte y a tragar golpes que la dejaban sin aliento.
Años más tarde se hallaba absorta frente a la ventana de su habitación, contemplando a cada uno de sus nietos como jugaban con aparatos tecnológicos y videojuegos de última generación.
Su abuelo murió para ellos el mismo día que ella abandonó sus raíces para asentarlas en aquel pueblo de Madrid, dónde su hijo la recibió a ella y a sus hermanas.
Abuela, ¿de qué murió el abuelo? le preguntaban sus nietos
De ira les decía ella. Ellos sonreían pensando que su abuela bromeaba.
A sus 87 años, su mente había desechado recuerdos caducados por una vida de espinas clavadas. Un día a uno de sus nietos se le rompió el móvil y estaba en un rincón aburrido.
- ¿Por qué no sales fuera a jugar con los niños? le dijo la abuela
- No tengo ganas.
- ¡¡Ay!! esta juventud sedentaria. Mira siéntate aquí conmigo.
El chico se acercó y se sentó en el regazo de una abuela a la que prestaba atención sólo a ratos y que le parecía bastante aburrida. Ella se acercó y le susurró al oído. ¿Quieres que te cuente una historia?
- Bueno. -dijo sin mucha convicción el chico.
Se secó sus labios y comenzó a contar una historia que conocía de memoria.
- "Esta era la historia de una niña de ojos tristes y cabello moreno que nació en un pueblo de Sevilla..."
Esta es la primera parte de "Historias Anónimas". Cada semana os dejaré una por aquí durante un mes. Si os gusta seguiré escribiéndolas más meses. La próxima semana la siguiente historia se titula "EL ERRANTE". NO TE LA PIERDAS.
Me gusta, y me alegra que te hayas decidido a públicar......
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