lunes, 23 de septiembre de 2013

Historias anónimas. El errante.

Soy el errante. Solía decirse Miguel para sí.

Las náuseas de un viaje largo hicieron mella en su aspecto, más demacrado y pálido que de costumbre. El tren llegó como siempre a las 17:00 a la estación de Atocha. Buscó su llavero y encontró en él una foto gastada y vieja de una joven chica de unos 25 años, morena y melena al viento junto a él posando frente a la Torre Eiffel.

- Lo siento.

Guardó de nuevo el llavero y cogió un bus de cercanía rumbo a ninguna parte. Quería una panorámica de la ciudad. Soy un errante. Se volvió a decir.

No era la primera vez que había estado en Madrid pero se la encontró tan cambiada, quizás porque hacía casi 10 años que no pisaba sus calles, ni se sentaba en ninguna de sus plazas, ni recorría el sendero del Retiro buscando esa sonrisa que se burlaba de él tras el cristal. ¡Qué recuerdos!

Dos lágrimas brotaron de sus ojos y resbalaron hacia unas mejillas pobladas de abundante barba negra. Cogió un pañuelo y una cámara de fotos que guardaba en su mochila, raída y gastada de tantos suelos que había surcado a lo largo de los años. Así se sentía Miguel.

- Pero ahora vuelvo a casa, por fin.

Encendió su Nikon 5860 para el asombro de los muchos que ocupaban los asientos del bus urbano, que lo miraban con expresión desconfiada pero inexpresiva. Una vez encendida se fue a al menú principal, revisó todas las fotos que había echado toda esta década.Siria, Turquía, Egipto, Somalia, Sarajevo, Chernóbil era algunos de los lugares que había pisado y cuyos recuerdos todavía perduraban en la lente cuasi arañada que portaba a todos los lugares que visitó.

Soy un errante.

- Son buenas. Se dijo observando una a una. Lo prometido es deuda.

Observó el paisaje que se dibujaba por la ventana del bus y ante él se reflejó la Puerta de Alcalá y su congestionado tráfico, que seguía tan igual a cuando él se marchó.

Para no volver.

- Aquí estoy de nuevo. Te lo prometí cariño.

Su mente desvió el paisaje que tenía ante sí y soñando despierto recordó aquellos días de Mayo de 2003. 

- Hazme una foto. Se oyó decir en su cabeza por un Miguel diez años más joven, tumbado en una de las barcas del retiro.
- No soy profesional todavía, Miguel, pero cuando aprenda de verdad voy a llenar de fotos tuyas todos los rincones de Madrid, amor.
- Te quiero mi vida
- Y yo preciosa. 

El autobús pegó un frenazo brusco y Miguel tuvo que agarrarse fuerte para no desplazarse en demasía de su asiento. Volvió en sí. Faltaba poco para su destino. De hecho, ésa era su parada. Dando tumbos bajó del bus y se reincorporó a la frías calle del Madrid invernal. Allí se encontraba medio perdido entre rascacielos nauseabundos y un cielo contaminado por un CO2 que reventaba la atmósfera madrileña. Se dirigió a uno de ellos. El portero que aguardaba en el edificio le pidió una identificación.

- Miguel Sánchez, ok todo bien. Entre.

El ascensor apenas media metro de ancho. Sintió la presión de las grandes ciudades y se acordó de los parajes naturales visitados. Su mente volvió entonces a aquellos días de Mayo, esta vez una semana después de la escena del parque del Retiro.

En la cama yacía tendida la chica morena. Un bote le colgaba del brazo y le llenaba las venas de un líquido incoloro que la drogaba y la hacía dormitar, para no sentir dolor. Miguel sentía su mano agarrada a la suya débilmente.

 Piso 26. Había llegado.

Se abrió el ascensor en un pasillo bastante elegante y que emitía la radio por altavoces en el techo, lo que le daba una apariencia suprema. 

- ¿Es usted Miguel?

Miguel absorto miró a su espalda para ver de quién venía la voz a su espalda.

- Si, soy yo. Dijo Miguel con voz entrecortada.

- Soy José Rodríguez, director creativo de Coca Cola. Como ya sabes estamos buscando para nuestra nueva campaña fotografías de muy buena calidad hecha en multitud de lugares del mundo para universalizar el valor de nuestro producto. Traía usted algunas, ¿no?. Pase dentro y enséñemelas.

Entraron al despacho del director creativo. Era bastante luminoso y en la cristalera del fondo podía divisarse a lo lejos las cuatro torres que custodiaban Madrid. Miguel sacó la tarjeta de la cámara y se la dio a Jose que la insertó en su MAC.

Son impresionantes. Dijo en un susurro Jose mientras pasaba el puntero hacia abajo y observaba cada foto con atención. 

- Oye, ¿quién es la chica de las fotos?. ¿Su modelo?
- Mi novia. Si les gusta las fotos, la única condición que pongo es que ellas salga en todas. Es una promesa.
- Bueno, es una chica guapa, no creo que haya ningún problema. Es usted afortunado.
- Si. Dijo Miguel en tono sombrío.
- Bueno, pues hemos acabado. ¿Le entrego el cheque en mano o prefiere cuenta?.
- Cuenta. Envíelo a esta cuenta. 

Apuntó un número y se lo entregó a José.

- Pero si esta cuenta no es...
- Entréguelo allí, por favor...

Y dicho esto salió del despacho dando la espalda a José, que lo miró con cara de extrañeza, del que no comprende la situación.

Ya en la calle de nuevo, volvió a mirar su llavero e imaginó como quedarían las fotos de ella, en cada uno de los grandes edificios que tenía ante sí. Te lo prometí.

Una imagen vaga volvió a inundar su cabeza como un ave fénix. Y allí se encontró de nuevo, en aquel hospital de las afueras de Madrid, junto a ella.

- Miguel, ¿me prometes una cosa?

Carmen se reincorporó como pudo levantando sus pesados ojos azotados por la morfina.

- Dime Carmen. Dijo casi en un susurro de voz

- ¿Cuánto me queda cariño?

- Qué dices, Carmen. No digas eso ni en broma. Te queda mucho porque vas a salir de esta mi vida. Que lo sepas, y entonces te llevaré a hacer fotos por todo el mundo.

- Sé que no será así, me noto débil Miguel. Al decir esto se fijó en su Reflex 5680, que tenía en la mesita de noche del hospital, y la miró con desconsuelo.

- Mira mi vida vamos a hacer una cosa. Si te pasara algo, que no te va a pasar. Repito, no te va a pasar cariño. Si te pasara algo yo te prometo que iré por todo el mundo haciendo fotos para ti. Incluso llenaré las paredes de Madrid con ellas y tú estarás en ella porque saldrás adelante conmigo.

- Estás loco. Dijo con una sonrisa suave. ¿Sabes que te quiero?

Horas más tarde, Carmen se adormecía poco a poco en la cama del viejo hospital a las afueras de Madrid, que sin subvenciones del gobierno, subsistía como podía. Con la jugosa donación que Miguel había hecho esa misma tarde tendrían para más personal y para una mayor limpieza en habitaciones, así como para reabrir la fundación de lucha contra el cáncer que permanecía cerrada por falta de fondos. Todo había salido bien.

Tras diez años de errante por el mundo, Miguel había encontrado la paz que tanto buscaba. Se imaginó los edificios de Madrid engalanados con sus fotos y sintió un cosquilleo que recorrió su cuerpo hasta su nuca. El Photoshop había sido lo más dificil, pero había conseguido lo que le había prometido a Carmen. Se sentía a gusto por primera vez en los últimos 10 años. Había cumplido su promesa.

- Miró hacia la derecha y hacia la izquierda como si estuviera perdido en un laberinto de crípticas calles que sólo llevan a un lugar. Allí iría. Se decidió por la derecha y se perdió entre el atardecer de un sol que se dormía entre los imperiosos edificios de la capital española. 

Fui un errante, se dijo. Ahora vuelvo para verte.




Segunda historia anónima del mes tras la Niña de ojos tristes. La de la semana que viene se titulará HEROÍNA. No se la pierdan.
















No hay comentarios:

Publicar un comentario