lunes, 30 de septiembre de 2013

Historias anónimas. Heroína.

La chica más guapa del barrio. Así la definían sus compañeros de clase. Rubia, ojos verdes, inteligente y segura de sí misma eran los adjetivos que le seguían en su descripción. Beatriz siempre pecaba de amor propio y de un orgullo que le haría llegar lejos en la vida. O eso pensaba su familia.

Javi siempre la quiso, desde que era niña. Era una especie de amor platónico. Tenían la misma edad y habían pasado todas las promociones de primaria y acababan de aterrizar en el instituto. Morenito, ojos claros, era un chico normal, eso sí, inteligente como ella.

Los años del instituto pasaban y ella se iba enamorando y desenamorando tan fácil que a Javier hasta le costaba asimilar el daño. Había perdido la fe en ella. No era cobarde, o tal vez sí.

- Bea. ¿Te llevo a casa?. Dijo Javi con su pequeña moto justo en la salida del instituto.

- No, gracias Javi. Estoy esperando a Roberto, un chico que acabo de conocer. A ver si te lo presento. ¿Vienes mañana a mi casa?

- Claro.

No se desenganchaba de ella, era su droga preferida y la única en su vida. Pasaba los días con ellas y la sentía tan cerca y tan lejos que cuando llegaba a casa se sentía inútil, desabrido. Soy un pagafantas, se solía decir.

¿Porque le gustan todos los capullos del mundo menos yo?

- Eres mi mejor amigo Javi, lo sabes ¿verdad?.

Su cuarto no era desconocido para él. Iba al menos dos veces por semana. Sus muñecas, sus peluches y esa cama que tan nervioso ponía a Javier eran los adornos que poseía. 

-  Sí, lo sé Bea. Sabes una cosa...Dijo Javi mientra intentaba posar su  mano en la suya, no se atrevió finalmente. 
- Dime, Javi
- No, nada. Me fijaba en lo bonito que es ese peluche. Dijo señalando a un pequeño oso, con un pequeño corazón enmedio en el que se podía leer "Love"
- Sí, me lo ha regalado Cristian, el vecino del segundo.
- ¿y Roberto?
- Ahh, eso se acabó. Era un auténtico capullo.
- ¿Pero si Cristian tiene 22 años y tu tan solo 16?
- Sí pero es muy mono. Además tiene un BMW espectacular.

Sus amigos empezaron a tomarlo por tonto, le aconsejaban que no siguiera detrás de ella como un perro faldero, pero hizo caso omiso. Él la quería.

- Javi, ¿puedes arreglarme el portátil, es que está roto y lo necesito para mañana que tengo que entregar el trabajo de Lengua.?

- Vale, sin problemas Bea.
- Muchas gracias, guapo. 

Y beso en la mejilla de despedida.

Siempre era lo mismo. Siempre pedía y pedía y nunca daba. Cuando tenía que dejarlo tirado por alguno de sus amigos lo hacía, sin contemplaciones, sin miramientos. Total, eran amigos.

- Tío la tienes como a una diosa, como a una heroína joder. No vuelvas a su casa macho y sal con nosotros que ahora salimos con cuatro chicas muy guapas. Venga vente.
- No, hoy me quedo en casa.
- Joder tio, esa tia te está haciendo daño.

Mañana me declaro, se dijo para sí. No podía aguantar más.

Llegó a su puerta aquella tarde y esperó impaciente pensando la forma en la que decirle que le gustaba y que quería estar con ella.

Nadie habría y sintió ruido dentro de la casa. El ruido fue incrementando hasta ser audible. Eran gritos que provenían desde dentro de la casa. Llamó más fuerte a la puerta y entonces abrió Bea.

- Ahh. Hola Javi. ¿Qué quieres?
- Quería hablar contigo. Tienes un momento.
- Es que ahora mismo no es buena idea. Dijo mientras se recogía el pelo.
- Bea, ¿qué tienes en el cuello?
- Ahh, esto...dijo en tono nervioso. Esto es un pequeño moratón que me he hecho al caerme de la cama.
- ¿Te ha hecho daño Cristian? Inquirió Javier.
- Ya te he dicho que ha sido un golpe con la cama, no le des más vueltas Javier. Además ¿a ti que te importa?
- No sé, pensaba que éramos amigos.
- Y lo somos, pero no me gusta que me trates como a una niña.
- Mira Bea, yo ya no puedo aguantar más esta situación. Vengo a decirte que te quiero con locura desde el primer día que te vi y que no puedo seguir siendo tu amigo. No sé que me dirás pero yo no podía aguantar más sin decírtelo.
- Lo siento Javi pero yo te quiero como amigo. Sólo eso.
- Pues vale, ya está, fin de la historia.
- Bea, entra coño que me has dejado a medias. Dijo una voz ronca de hombre que provenía desde dentro de la casa. Era Cristian.
- Bueno te dejo Javi. Que te vaya bien.
- Gracias, espero que a ti también.

No volvieron a quedar y tan solo se veían en clase. Las notas de Bea parecían empeorar y al cabo de los meses Javier se enteró que se había quitado del instituto y que supuestamente estaba embarazada. Nunca más volvió a su piso.

Justo veinte años después, Javier paseaba con su mujer y sus tres hijos por ese barrio, que había dejado atrás hacía unos años para trabajar de Ingeniero en una prestigiosa empresa alemana. La vida le había tratado bien, le había dado tres hijos hermosos y una mujer alemana que lo quería con locura. Torció una esquina y se encontró a una persona que le resultaba familiar. Bea.

Sentada en un banco, con aspecto sombrío y aire melancólico, yacía Bea fumándose algo que parecía ser droga. Sola, daba un aspecto deprimente. Javi se alejó un momento de su familia y se acercó un momento hasta ella.

- ¿Bea?
- ¿Te conozco?
- ¿No sabes quién soy?
-  Pues no sé, como no seas mi nuevo camello... ni idea. Si no lo eres déjame en paz no tengo tiempo para tonterías.
- ¿Qué fumas?
- Heroína. ¿Quieres un poco?
- No gracias, hace tiempo que dejé de creer en ellas....




La semana que viene tendremos el cuarto y último relato de esta serie de 4. Si tengo tiempo para seguir escribiendo, publicaré otra serie de 4 más adelante. El último de esta primera temporada se titula " EL ESCRITOR". No se lo pierdan.












lunes, 23 de septiembre de 2013

Historias anónimas. El errante.

Soy el errante. Solía decirse Miguel para sí.

Las náuseas de un viaje largo hicieron mella en su aspecto, más demacrado y pálido que de costumbre. El tren llegó como siempre a las 17:00 a la estación de Atocha. Buscó su llavero y encontró en él una foto gastada y vieja de una joven chica de unos 25 años, morena y melena al viento junto a él posando frente a la Torre Eiffel.

- Lo siento.

Guardó de nuevo el llavero y cogió un bus de cercanía rumbo a ninguna parte. Quería una panorámica de la ciudad. Soy un errante. Se volvió a decir.

No era la primera vez que había estado en Madrid pero se la encontró tan cambiada, quizás porque hacía casi 10 años que no pisaba sus calles, ni se sentaba en ninguna de sus plazas, ni recorría el sendero del Retiro buscando esa sonrisa que se burlaba de él tras el cristal. ¡Qué recuerdos!

Dos lágrimas brotaron de sus ojos y resbalaron hacia unas mejillas pobladas de abundante barba negra. Cogió un pañuelo y una cámara de fotos que guardaba en su mochila, raída y gastada de tantos suelos que había surcado a lo largo de los años. Así se sentía Miguel.

- Pero ahora vuelvo a casa, por fin.

Encendió su Nikon 5860 para el asombro de los muchos que ocupaban los asientos del bus urbano, que lo miraban con expresión desconfiada pero inexpresiva. Una vez encendida se fue a al menú principal, revisó todas las fotos que había echado toda esta década.Siria, Turquía, Egipto, Somalia, Sarajevo, Chernóbil era algunos de los lugares que había pisado y cuyos recuerdos todavía perduraban en la lente cuasi arañada que portaba a todos los lugares que visitó.

Soy un errante.

- Son buenas. Se dijo observando una a una. Lo prometido es deuda.

Observó el paisaje que se dibujaba por la ventana del bus y ante él se reflejó la Puerta de Alcalá y su congestionado tráfico, que seguía tan igual a cuando él se marchó.

Para no volver.

- Aquí estoy de nuevo. Te lo prometí cariño.

Su mente desvió el paisaje que tenía ante sí y soñando despierto recordó aquellos días de Mayo de 2003. 

- Hazme una foto. Se oyó decir en su cabeza por un Miguel diez años más joven, tumbado en una de las barcas del retiro.
- No soy profesional todavía, Miguel, pero cuando aprenda de verdad voy a llenar de fotos tuyas todos los rincones de Madrid, amor.
- Te quiero mi vida
- Y yo preciosa. 

El autobús pegó un frenazo brusco y Miguel tuvo que agarrarse fuerte para no desplazarse en demasía de su asiento. Volvió en sí. Faltaba poco para su destino. De hecho, ésa era su parada. Dando tumbos bajó del bus y se reincorporó a la frías calle del Madrid invernal. Allí se encontraba medio perdido entre rascacielos nauseabundos y un cielo contaminado por un CO2 que reventaba la atmósfera madrileña. Se dirigió a uno de ellos. El portero que aguardaba en el edificio le pidió una identificación.

- Miguel Sánchez, ok todo bien. Entre.

El ascensor apenas media metro de ancho. Sintió la presión de las grandes ciudades y se acordó de los parajes naturales visitados. Su mente volvió entonces a aquellos días de Mayo, esta vez una semana después de la escena del parque del Retiro.

En la cama yacía tendida la chica morena. Un bote le colgaba del brazo y le llenaba las venas de un líquido incoloro que la drogaba y la hacía dormitar, para no sentir dolor. Miguel sentía su mano agarrada a la suya débilmente.

 Piso 26. Había llegado.

Se abrió el ascensor en un pasillo bastante elegante y que emitía la radio por altavoces en el techo, lo que le daba una apariencia suprema. 

- ¿Es usted Miguel?

Miguel absorto miró a su espalda para ver de quién venía la voz a su espalda.

- Si, soy yo. Dijo Miguel con voz entrecortada.

- Soy José Rodríguez, director creativo de Coca Cola. Como ya sabes estamos buscando para nuestra nueva campaña fotografías de muy buena calidad hecha en multitud de lugares del mundo para universalizar el valor de nuestro producto. Traía usted algunas, ¿no?. Pase dentro y enséñemelas.

Entraron al despacho del director creativo. Era bastante luminoso y en la cristalera del fondo podía divisarse a lo lejos las cuatro torres que custodiaban Madrid. Miguel sacó la tarjeta de la cámara y se la dio a Jose que la insertó en su MAC.

Son impresionantes. Dijo en un susurro Jose mientras pasaba el puntero hacia abajo y observaba cada foto con atención. 

- Oye, ¿quién es la chica de las fotos?. ¿Su modelo?
- Mi novia. Si les gusta las fotos, la única condición que pongo es que ellas salga en todas. Es una promesa.
- Bueno, es una chica guapa, no creo que haya ningún problema. Es usted afortunado.
- Si. Dijo Miguel en tono sombrío.
- Bueno, pues hemos acabado. ¿Le entrego el cheque en mano o prefiere cuenta?.
- Cuenta. Envíelo a esta cuenta. 

Apuntó un número y se lo entregó a José.

- Pero si esta cuenta no es...
- Entréguelo allí, por favor...

Y dicho esto salió del despacho dando la espalda a José, que lo miró con cara de extrañeza, del que no comprende la situación.

Ya en la calle de nuevo, volvió a mirar su llavero e imaginó como quedarían las fotos de ella, en cada uno de los grandes edificios que tenía ante sí. Te lo prometí.

Una imagen vaga volvió a inundar su cabeza como un ave fénix. Y allí se encontró de nuevo, en aquel hospital de las afueras de Madrid, junto a ella.

- Miguel, ¿me prometes una cosa?

Carmen se reincorporó como pudo levantando sus pesados ojos azotados por la morfina.

- Dime Carmen. Dijo casi en un susurro de voz

- ¿Cuánto me queda cariño?

- Qué dices, Carmen. No digas eso ni en broma. Te queda mucho porque vas a salir de esta mi vida. Que lo sepas, y entonces te llevaré a hacer fotos por todo el mundo.

- Sé que no será así, me noto débil Miguel. Al decir esto se fijó en su Reflex 5680, que tenía en la mesita de noche del hospital, y la miró con desconsuelo.

- Mira mi vida vamos a hacer una cosa. Si te pasara algo, que no te va a pasar. Repito, no te va a pasar cariño. Si te pasara algo yo te prometo que iré por todo el mundo haciendo fotos para ti. Incluso llenaré las paredes de Madrid con ellas y tú estarás en ella porque saldrás adelante conmigo.

- Estás loco. Dijo con una sonrisa suave. ¿Sabes que te quiero?

Horas más tarde, Carmen se adormecía poco a poco en la cama del viejo hospital a las afueras de Madrid, que sin subvenciones del gobierno, subsistía como podía. Con la jugosa donación que Miguel había hecho esa misma tarde tendrían para más personal y para una mayor limpieza en habitaciones, así como para reabrir la fundación de lucha contra el cáncer que permanecía cerrada por falta de fondos. Todo había salido bien.

Tras diez años de errante por el mundo, Miguel había encontrado la paz que tanto buscaba. Se imaginó los edificios de Madrid engalanados con sus fotos y sintió un cosquilleo que recorrió su cuerpo hasta su nuca. El Photoshop había sido lo más dificil, pero había conseguido lo que le había prometido a Carmen. Se sentía a gusto por primera vez en los últimos 10 años. Había cumplido su promesa.

- Miró hacia la derecha y hacia la izquierda como si estuviera perdido en un laberinto de crípticas calles que sólo llevan a un lugar. Allí iría. Se decidió por la derecha y se perdió entre el atardecer de un sol que se dormía entre los imperiosos edificios de la capital española. 

Fui un errante, se dijo. Ahora vuelvo para verte.




Segunda historia anónima del mes tras la Niña de ojos tristes. La de la semana que viene se titulará HEROÍNA. No se la pierdan.
















lunes, 16 de septiembre de 2013

Historias anónimas. La niña de ojos tristes.

Esa niña de ojos tristes y cabello moreno ondulado ya no era la misma. Las palabras se posaban como pétalos de lluvia en el jardín del agua. En su ventana se hallaba enajenada de su propia historia. Una historia que comenzaba en plena Guerra Civil. Ausente, se desvelaba y contemplaba su rostro fugitivo y arrugado que la vida había maltrecho en tupidas canas que coronaban la cima de su cabello. Ése, que tiempo atrás había hecho suspirar, tanto a soldados nacionales como republicanos. Los había puesto de acuerdo en algo.

En la campiña del Guadalquivir naciste. Te criaste entre arrozales marismeños y campos blancos, tanto por los algodonales como por el rocío mañanero. A tres horas de casa, el alba aparecía como una pintura de Boticelli entre eucaliptos prisioneros del tiempo. Miseria e incertidumbre eran los dos vocablos más usados en el camino de ida y vuelta.

"La vida era más sana antiguamente" solía decir ella a uno de sus nietos, mientras recordaba aquellas tardes jugando en un arroyo o saciando las virtudes del cuerpo. " ¿De verdad abuela?" solía responderle su nieto sin mostrar apenas entusiasmo y sin mirar su rostro porque lo tenía pegado a la pantalla de su Ipad.

Aunque con cierta envidia, ella solía sentir tristeza por esta nueva generación de niños que lo tenían todo pero que no saboreaban nada. Con lo bonito que era hablar cara a cara. Y ahora se liga hasta por una pantalla.

Las turbulencias del siglo XX la habían maltratado tanto como aquellas escopetas que resonaban el día que se llevaron a sus padres. Con tan sólo catorce primaveras había tenido que aprender a ser mujer. A lavar la ropa y faenar la casa antes de que vinieran sus hermanos del campo. Había aprendido a callar cuando un hombre hablara, así que no le fui difícil hacerlo el día que se casó con el que fue su marido, aunque este no se conformaba con dominarla solo con el arte de las palabras, también quería desahogar sus borracheras de ira con ella.

Siempre había querido estudiar medicina. Le gustaba poder ayudar a la gente y aprender a leer y a escribir. Sin embargo, su fulgor se fue apagando a medida que sus años y la vida le adormilaban ese sueño. "No sirves para nada" solía decirle su marido. Pensaría que los quehaceres diarios los realizaban los Reyes Magos.

El amor eterno de aquella época llegó a pesarle tanto como aquellas lomas de algodón que acarreaba en su infancia. El hombre de su vida se convirtió en el hombre de su infierno, siendo su único paraíso terrenal cada uno de sus cinco hijos.

Su marido se dio a la bebida y se alejo de trabajo alguno, como si no le importara aquella familia que había creado a base de tiranía y opresión. Sólo servía para reñir, a ella y a sus hijas, y algún día que otro abofetearlos sin motivo alguno.

Si no tenía bastante con limpiar las heces de sus cuatro paredes, que no se despegaban de ellas ni el día más festivo del año, ahora tenía que hacerlo en la de los señores más pudientes del pueblo que la contrataron como limpiadora de sus mansiones manchoneras.

Doble jornada en un día durante cinco años enteros. Sin vacaciones. Para que sus hijos pudieran comer un trozo de pan al día con legumbres y una olla de garbanzos los domingos. Y eso era así si no se gastaba su marido los cuartos en litros de vino en la taberna de la esquina.

Sólo tuvo algo de descanso cuando sus hijos, ya mayores, emprendieron un viaje de ida, tres de ellos, a buscarse la vida como pudieron. Uno acabó en un pueblo de Madrid, el otro en una finca en un pueblo de la Sierra Norte de Sevilla y el tercero de jornalero con un capataz del pueblo.

Quemada por la edad, el trabajo y los porrazos de su cónyuge decidió separarse de su marido, algo todavía arriesgado y complicado aunque hubiera cierto aperturismo. A sus 45 años descubrió que había un mundo por explorar y que su infierno debía acabar de una vez por todas. Pero no le salió nada bien la jugada. Tres meses después de adquirir los papeles del divorcio recibió una soberbia paliza a manos de su marido en plena plaza municipal.

Se alojó en casa de una vecina, que la atendió de maravilla, con sus dos hijas y estuvo sin salir mientras se celebrara un juicio justo. "Vaya ligerita" se escuchaba decir todavía por el pueblo. " Si se hubiera quedado en su casa con su marido no le hubiera pasado nada" cuchicheaban las chismosas del lugar.

Ella tragó saliva y esperó lo imposible. Una mañana sacó sus cosas y marchó con sus hijas a un destino que no dijo a nadie del pueblo salvo a la vecina que la acogió en su casa. Entre sollozos se despidió del lugar en el que había nacido y el único que había visto. La vida le enseñó a ser fuerte y a tragar golpes que la dejaban sin aliento.

Años más tarde se hallaba absorta frente a la ventana de su habitación, contemplando a cada uno de sus nietos como jugaban con aparatos tecnológicos y videojuegos de última generación.

Su abuelo murió para ellos el mismo día que ella abandonó sus raíces para asentarlas en aquel pueblo de Madrid, dónde su hijo la recibió a ella y a sus hermanas.

Abuela, ¿de qué murió el abuelo? le preguntaban sus nietos

De ira les decía ella. Ellos sonreían pensando que su abuela bromeaba.

A sus 87 años, su mente había desechado recuerdos caducados por una vida de espinas clavadas. Un día a uno de sus nietos se le rompió el móvil y estaba en un rincón aburrido.

- ¿Por qué no sales fuera a jugar con los niños? le dijo la abuela

- No tengo ganas.

- ¡¡Ay!! esta juventud sedentaria. Mira siéntate aquí conmigo.

El chico se acercó y se sentó en el regazo de una abuela a la que prestaba atención sólo a ratos y que le parecía bastante aburrida. Ella se acercó y le susurró al oído. ¿Quieres que te cuente una historia?

- Bueno. -dijo sin mucha convicción el chico.

Se secó sus labios y comenzó a contar una historia que conocía de memoria. 

- "Esta era la historia de una niña de ojos tristes y cabello moreno que nació en un pueblo de Sevilla..."



Esta es la primera parte de "Historias Anónimas". Cada semana os dejaré una por aquí durante un mes. Si os gusta seguiré escribiéndolas más meses. La próxima semana la siguiente historia se titula "EL ERRANTE". NO TE LA PIERDAS.