Alberto se despertó sobresaltado entre hojas de papel arrugadas y desordenadas, en el laberinto de una mesa camilla. Una vela consumida y un haz de luz denotaban que el alba había llegado a su oscura y lóbrega habitación. La noche había sido larga. Miró un pequeño reloj colocado al borde su mesa, llena de garabatos ilegibles, y las agujas marcaban en ese momento las 7 y 20 de la mañana.
- Vaya nochecita. Se dijo mientras se levantaba y observaba su rostro demacrado en un espejo de pared, sucio y descolgado.
Cogió un bolígrafo y anotó algo en uno de los cuadernos que reposaban en la mesa desordenada. Las ideas permanecían en el limbo de sus pensamientos y había estado toda la noche divagando historias de heroínas de leyenda y villanos sin escrúpulos. No estoy nada inspirado-se dijo.
Volvió a levantarse y encendió el contestador automático que llevaba apagado desde el día anterior por la tarde. Una luz y varios pitidos hacían indicar que tenía varios mensajes pendientes.
- Alberto, soy tu editor. Me gustaría saber cuándo tendrás lista la obra, es para decirles a los de publicidad y marketing que vayan preparando portada y un anuncio publicitario. Venga tío ¿ya te quedaba poco no?. No me falles, espero contestación esta semana.
Si supiera un buen final para el libro te la hubiera dado ya. Susurró Alberto absorto y bostezando frente al contestador.
Un nuevo pitido salió del contestador y una voz femenina y áspera apareció en la sala.
- Alberto, ¿Dónde te metes?. Llevo días sin saber de ti y estoy muy preocupada, te he llamado, me he llegado a todos los lugares posibles y no quieres saber nada de mi.
Bien, que sigan las buenas noticias. Dijo con sarcasmo y cierto halo tristón Alberto, que parecía haber perdido diez años de su estética natural. Sus ojos aparecían surcados por ojeras de un tamaño nada despreciable y sus pelo parecía graso y asomaba canas. La barba ya era muy espesa y lo dotaba de una madurez que nunca había conocido.
¿Qué final le doy a esta historia? Su personaje principal, Moisés Hurtado , estaba metido en una encrucijada moral y del destino, tenía que elegir entre vivir para compensar el daño que había hecho a una mujer o liberar su consciencia y morir con dignidad.
Miró sus manos y observó su anillo de compromiso, tallado en plata de ley, en el que brillaba una inscripción: (Alberto y Eva 18-04-1990). Se quedó mirándolo un rato y observó que todo había cambiado desde esa fecha. Cuánto la había querido, pero ahora era todo tan diferente. Las lágrimas derramaron por sus mejillas y acabó tirado en el mismo sillón duro que lo había visto perecer durante días.
Tras largas horas de angustia, se secó las lágrimas e intentó salir a la calle, aquella que no había pisado desde que se propuso darle un final a su libro. Cogió su americana y adivinó en su bolsillo una pistola negra que había comprado hace dos días en el contrabando. La sacó del bolsillo y la colocó sobre sus papeles. Volvió y cerró la puerta rumbo a las calles de una Sevilla fría y nublada en uno de esos días de Navidad.
Cruzó por la Catedral y se enfundó su americana, al tiempo que veía como en las calles cada vez eran más las personas que pedían arrodilladas un poco de limosna. Entre ellas encontró a un niño, que tiritaba muerto de frío mientras pedía dinero. Le dijo que si quería algo de comer y se lo llevó a un bar cercano a la Plaza San Francisco. Allí le pidió comida al chico y algo también para él, que no había comido bien en días. Observó que más de la mitad de los negocios habían cerrado en meses. Maldita crisis, va a acabar con este país- dijo para sí.
La mirada triste de aquel niño le sacaba lo mejor de él. Las penas no parecían ni eso para lo que reflejaba la mirada de ese joven.
Cuando terminaron de cenar, salieron de nuevo a la calle.
- ¿Tienes padres, chico?. Le dijo Alberto
- Sí, están allí sentados. Y señaló a una pareja sentada en uno de los bancos de Plaza Nueva. Dijo el niño, bastante cortado e introvertido.
Se fijó en la pareja y observó que pasaban hambre de verdad. Llevaban una especie de papel albal donde llevaban sobras de bares, de lo que la gente dejaba en sus comidas de empresa navideñas.
- Ah bueno, pues mira vamos a hacer una cosa. Toma este dinero.- Le entregó varios billetes en la mano. Y llévaselo a tus padres.
El niño le sonrió y se marchó temblando de nuevo por el frío nocturno. Alberto observó que tan sólo llevaba una manga y un pantalón agujereado.
- Chico. - lo llamó de nuevo. Ven un momento.
El niño se acercó tímidamente a él, como temeroso.
- Toma ponte mi americana, así no pasarás frío. -Se la colocó por los hombros y el niño lo abrazó como si lo conociera de toda la vida.
El chico se alejó y Alberto contempló la escena con sus padres con gozo. Aquella familia tendría para comer aunque fuera esa noche. Total, a él, si algo le sobraba en esta vida era el dinero. Vio como una familia fue feliz por Navidad.
Alberto volvió a su apartamento muerto de frío y sin una estufa en esa maldita habitación que olía a ciénaga. Miró hacia sus apuntes y vio de nuevo la pistola. Qué final escoger.
Había tocado fondo hace tiempo, pero a Moisés Hurtado le podría dar una nueva oportunidad. Se la merecía, o eso pensaba él. Sin embargo, nada era como antes.
El contestador volvió a emitir de nuevo un pitido que hizo volver en sí a Alberto. La misma voz femenina volvía a resonar por su habitación.
- Alberto, sé que me quieres. No vuelvas a torturarte más. No mires al pasado...
Alberto contuvo las lágrimas como bien pudo.
- Ella desgraciadamente no volverá. No quiero que hagas una locura, sé que la echas de menos y que no ha pasado mucho tiempo, pero tienes que volver a vivir. Ése libro te está matando. Las cosas son diferentes en la vida real. Aquí no hay malos y buenos a secas, esto no es tan simple. En la vida no todo es negro o blanco. No le estás haciendo nada malo a tu mujer Alberto. Tienes que darle un final feliz a tu historia, no puedes dejarte vencer. Y sé que me quieres.
Alberto rompió a llorar desconsolado sobre sus folios, emborronando su tinta con el fluir de las lágrimas.
Se levantó del asiento y como buenamente pudo cogió los folios y su pistola. En ellos había escrito su vida, básicamente. Aquel libro le estaba desgranando todo lo malo que había vivido. Moisés Hurtado había errado, sí, pero con esta nueva mujer a la que quería. Ella había hecho posible una segunda oportunidad en su vida y la había cagado sobremanera. Sin familia y con una esposa que había fallecido ella era lo único que le importaba en esta vida, y lo estaba perdiendo por morir entre folios y con una pistola que coqueteaba con darle un final triste a esta historia.
Pero no será así.
Observó por la ventana un paisaje gris de la Sevilla invernal. Desde sus encantadoras vistas de quinto piso pudo descubrir siluetas que mendigaban y personas que luchaban día a día por sobrevivir. Él debía hacer lo mismo. Abrió el cargador de la pistola, descargó sus balas en una papelera cercana y la tiró por la ventana cuando no había nadie debajo. Sintió como el arma crujía al tocar su base con el suelo y cerró la ventana suavemente.
Cogió sus folios y los arrugó tirándolos todos a la papelera, que estaba rebosante. Abrió uno de los cajones de su cómoda y buscó su móvil, que encontró apagado. Marcó el número de su editor y esperó varios segundos para la contestación.
- Alberto que alegría, ¿has terminado la obra?
- Pues la verdad es que no la he empezado.
- ¿Cómo?
- Eso, lo que oyes, que no la he empezado ni la voy a escribir. Voy a dejar la escritura por un tiempo, necesito unas vacaciones con Alicia.
- Pero bueno, ¿Cómo me vas a hacer esto Alberto?, me estás dejando colgado. Si estábamos aquí ya debatiendo sobre la fecha e iba a llamarte ahora para preguntarte el título.
- ¿Sí? Pues mira tengo un título que creo que os puede interesar. Dígale a tu editorial que mi novela se titulará "Continuará".
Colgó a su editor y observó en el móvil quince llamadas perdidas de Alicia. La extrañaba. Cogió su cartera y salió dando un portazo a esa caverna de miserias para adentrarse en las frías calles de Sevilla... donde lo esperaba el segundo amor de su vida.